Zapatero y la historia
Existe un célebre documental donde Franco, una vez terminada la guerra, con el fin de hacer propaganda de cara a las potencias europeas extranjeras, hace una arenga en inglés sobre los principios fundamentales del nuevo régimen. El discurso termina con una proclama en la que el dictador, brazo en alto y con su ridícula voz de falsete, sintetiza su ideología en tres conceptos clave: “¡Family! ¡Country! ¡Religión! ¡Viva España!”.
La República, en efecto, había tocado todos los temas sagrados para la España eterna de la derecha. Había impulsado la incorporación de la mujer a la vida civil y el mundo del trabajo, había intentado reducir el poder de la Iglesia en la vida pública, había promovido un reconocimiento de las naciones históricas que emergían, después de largo tiempo de ocultación, en el seno del Estado. La guerra, pues, se hizo contra estas reformas, supuesta fuente de caos social; el franquismo había venido para restaurar el orden.
Zapatero, con más o menos consciencia, ha generado un paralelismo con la España de los años treinta. Ha tocado los ídolos preferidos de la derecha. Con la legalización del matrimonio homosexual ha disparado contra la línea de flotación del concepto conservador de la familia. Con la LOE, ha deshecho el proceso de re-confesionalización de la escuela que había emprendido el PP con la LOCE. Ha atentado contra la concepción nacionalista (española) de la unidad de la patria con la reforma sucesiva de varios Estatutos de autonomía.
La transición fue ambigua. Abrió la puerta al Estado de las autonomías, pero redactó el artículo 2 de la Constitución bajo la tutela de la cúpula militar franquista. Garantizó la aconfesionalidad del Estado, pero a cambio de un Concordato que sitúa a la Iglesia católica en una situación de preeminencia. Permitió la reincorporación de los perdedores de la guerra civil –PSOE, PCE, ERC, UDC, PNV, etc.- a la vida política a cambio de imponer la amnesia colectiva sobre la historia reciente.
Zapatero, sin salirse de los límites constitucionales, sin romper con el espíritu de la transición, intenta, con una mezcla de firmeza y talante, superar estas asignaturas pendientes de nuestra democracia. Busca la interpretación más laica posible del Concordato; explora la interpretación más federal posible de la Constitución; abre el debate sobre la memoria histórica sin revanchismo, pero dando a las víctimas de la guerra el reconocimiento que hasta ahora la democracia les había negado.
¿De la mano de quién lo hace? De la mano de misma mayoría que lideró la República y que perdió la guerra: socialistas, nacionalistas de izquierdas, comunistas, etc. Las fuerzas herederas de la República han vuelto al poder sin saltarse las reglas de la transición. Quienes en 1936 sí se saltó las reglas fue la derecha de entonces: montó una guerra y alcanzó el poder haciendo trampa. No aceptaban la legitimidad de aquella mayoría republicana.
Hoy, como entonces, tampoco aceptan la legitimidad de un gobierno de izquierdas, laico y federal. Esta vez, al menos, se han lanzado a una guerra sólo mediática, a base de calumnias y falsedades. Seria muy triste que la izquierda de hoy fuera desalojada del poder nuevamente a base de métodos deshonestos, y por los mismos motivos de antaño: family, country, religion.
Por suerte, la mentira de hoy no tiene nada que ver con el alzamiento de ayer. Pero ambos casos indican un desprecio profundo por la democracia. Por favor, no hagamos ninguna concesión política a aquellos que, para conseguir sus objetivos, se saltan las reglas del juego.