¿Podrá sobrevivir el euro sin un gobierno europeo?

Suena a tópico pero es rigurosamente cierto: la Unión Europea se encuentra ante una de las encrucijadas -por no decir la encrucijada- más importante desde sus inicios. Adelanto ya de entrada la conclusión de estas líneas: o la UE avanza hacia su plena integración política o el euro difícilmente podrá sobrevivir a una nueva crisis financiera, similar a la que ha vivido entre el 2008 y el 2013.

La lógica de este pronóstico -por dramático que parezca- es bastante implacable. La teoría económica explica de manera bastante fundada que una unión monetaria sólo es sostenible en el tiempo si se cumplen dos condiciones. La primera: que los mercados de los países que participan de una misma moneda -en nuestro caso, el euro- estén suficientemente integrados, de modo que el capital y el trabajo puedan moverse con libertad y así facilitar la convergencia de estos países en términos de competitividad. En el caso de la UE, esta condición se cumplía menos de lo que creíamos: los países de la eurozona conforman, supuestamente, un Mercado Único, pero la introducción del euro favoreció que los diferenciales de competitividad entre los países del norte de la UE y los del sur aumentaran en vez de disminuir.

La segunda condición es aún más relevante: una unión monetaria no puede funcionar si no va acompañada de un grado suficiente de integración fiscal entre los países que comparten moneda. ¿Qué significa «integración fiscal suficiente»? En primer lugar, impuestos comunes, un presupuesto común y un Tesoro común capaz de emitir deuda común (eurobonos). En segundo lugar, mecanismos que garanticen la disciplina presupuestaria de aquellos países. En relación a este segundo objetivo, desde que estalló la crisis del euro, la UE ha avanzado notablemente. En relación al primer objetivo no se ha hecho nada, o casi nada.

¿Y por qué no se ha hecho nada? Una frase clásica -el lema de la Revolución Americana de finales del XVIII- nos permitirá entender la respuesta: «no taxation without representation». No es posible una verdadera unión fiscal sin una verdadera unión política. Un presupuesto, unos impuestos y un Tesoro requieren «un gobierno». Hablemos claro: requieren un gobierno que esté «por encima» de los actuales gobiernos europeos, no «por debajo» como ocurre con la actual Comisión Europea. Pero un gobierno así sólo es aceptable si está debidamente legitimado democráticamente -para empezar, si su presidente es elegido por sufragio universal de todos los ciudadanos europeos, o al menos para todos los de la eurozona-.

Esta es, pues, la encrucijada en la que se encuentra hoy la UE. Sin un grado muy superior de integración política -en clave federal- no se podrá salvar el euro. Sin el euro, el proyecto europeo muy probablemente quedaría tocado de muerte. Por lo tanto, si queremos que este proyecto sobreviva sólo hay una vía: avanzar hacia una UE federal, unos Estados Unidos de Europa. ¿Estarán los grandes países de la eurozona -como Francia, Alemania o Italia- dispuestos a dar este paso en los próximos años? Desde mi punto de vista, es muy importante que la izquierda catalana, haciendo gala de su europeísmo congénito, diga claramente que Cataluña sí lo está: que en relación a la UE, hoy, somos federalistas. Como lo hemos sido siempre.