¿Maragall ha sido Pascual?

No son pocos, en Catalunya, los que creen que Pasqual Maragall, con su decisión de no repetir como candidato a la Generalitat, no ha hecho sino seguir, de modo incluso trágico, el destino que su propio nombre indica. El President sería el cordero pascual del rito político español actual, el inocente sacrificado para lograr el nacimiento del Estatut y, con él, de la España plural.

Maragall sería, pues, aquél que asume su crucifixión si con ello la buena nueva federal queda a salvo y puede seguir su curso, y propagarse por medio del resto de reformas estatutarias. Sería el profeta que lleva al pueblo hacia la tierra prometida de la España plural, pero se queda a sus puertas. Su retirada sería, según esta interpretación, la pieza que se habría cobrado el PP a pesar de su derrota política. El PP, en efecto, ha sido el gran perdedor de la batalla estatutaria. Pero la marcha de Maragall podría ser vista como el precio pagado por sí mismo, a cambio de ganar esta batalla a la que había arrastrado al PSOE entero.

Muchos pueden pensar que la campaña del PP puso contra las cuerdas a bastantes barones y líderes territoriales del PSOE durante meses, y que Zapatero aguantó a su amigo catalán hasta que pudo y que las encuestas se lo permitieron. Pueden recordar que CiU exigió la cabeza de Maragall a cambio de aprobar el Estatut en el Parlamento catalán y en Madrid. (Por cierto, ¿se imaginan a Felipe González reclamando la cabeza de Suárez, el año 78, a cambio del sí del PSOE a la Constitución? Impensable, en efecto).Pueden creer que Zapatero, visto el acoso del PP, necesitó marcar cierta distancia respecto de ERC y acercarse a CiU, el antiguo socio de los populares, para blindar prudentemente su estabilidad de gobierno. Pueden sospechar que la obcecación de ERC lanzó por la borda los buenos propósitos maragallianos.

Pero esta interpretación sería cierta si la decisión de Maragall no hubiera sido una decisión libre, sino forzada. Si no hubiera sido una decisión feliz, sino triste. Y no lo ha sido. Créanme. Ciertamente, muchas veces explicó el President públicamente que su idea era estar ocho años en la Generalitat, los suficientes para dejar encauzado el proyecto de una nueva Catalunya, más justa socialmente y más impura culturalmente, más ciudadana, abierta a España y volcada a Europa y al Mediterráneo. ¿Por qué, pues, no repite? Precisamente, porque ha ganado la guerra, la del Estatut y la España plural. ¿Pero no sería éste un motivo más para repetir? Los guerreros victoriosos no se retiran así como así, ¿no es cierto?

Aceptemos que la energía empleada en esta victoria ha sido mucho mayor de la prevista. No imaginábamos hasta qué punto el PP sigue anclado en sus fantasmas franquistas y centralistas. No suponíamos hasta qué nivel CiU es un partido capaz de olvidarse del país, del interés general, del patriotismo, con tal de recuperar el poder. Su cinismo estratégico ha alcanzado cotas insuperables: vetó el nuevo Estatut cuatro años a cambio del apoyo del PP; luego, con el tripartit en la Generalitat, condicionó el Estatut al concierto económico; para acabar, finalmente, aceptando ante Zapatero el modelo federal de financiación que no había querido aceptarle a Maragall seis meses antes.

Como la batalla seguirá -tanto en Catalunya contra CiU, como en España contra el PP- Maragall, con la paz interior de la victoria legítima, decide simplemente dar paso a nuevos equipos para que, con energías renovadas, desplieguen las piezas concretas de un proyecto del cual él habrá sido, ya para siempre, uno de sus máximos inspiradores.