Baha'is en Irán
Los EEUU amenazan estos días con utilizar los bombardeos selectivos para frenar las supuestas aspiraciones de Irán a incorporarse al selecto club atómico. Gran Bretaña, Francia y Alemania han optado por la vía diplomática para convencer al Gobierno iraní de que abandone su programa nuclear, a pesar de que los ayatolás dicen tener fines exclusivamente civiles. Mohammed al-Baradei, director de la OIEA, declara no disponer de pruebas de que Irán tenga la intención de enriquecer uranio con la voluntad de disponer de la bomba atómica.
El desarrollo nuclear de Irán está, hoy, en el epicentro de la geopolítica mundial. Nadie duda de que un Irán con bomba nuclear puede ser una amenaza para ciertos estados de la zona, muy especialmente para Israel. Los iraníes alegan que también Israel dispone del arma nuclear y no por ello Occidente lo ha sometido a ningún tipo de presión, sanción ni amenaza. Occidente replica que Israel es un país democrático y que Irán no acaba de serlo, dada la tutela del Consejo de Guardianes de la Revolución, que da un sesgo teocrático al sistema político.
Sin embargo, el problema básico que tenemos con Irán no es su falta de carácter democrático –tampoco Arabia Saudí lo tiene- sino su actitud anti-occidental. De la misma manera, el poder nuclear de Israel nos parece bien no por el carácter democrático de aquel país, sino simplemente porque es el aliado occidental en la zona. Esto es lo que resta toda legitimidad a la política de los EEUU y de Occidente en general ante Irán: se reviste de razones morales que, en realidad, intentan encubrir otros intereses menos piadosos.
Si nos preocupara el carácter poco democrático del régimen iraní, ya haría tiempo que los gobiernos occidentales habrían puesto el grito en el cielo ante el genocidio que ha sufrido la comunidad baha’i, por motivo de discriminación religiosa, desde los inicios de la República islámica. Son la minoría religiosa más numerosa del país, 300.000 personas, pero desde el triunfo de la Revolución de Jomeini, en 1979, fueron considerados como infieles, sin ningún derecho ante el Estado. No tienen derecho a pensión, ni a ser funcionarios, ni a inscribir el nombre en la tumba de sus muertos, ni a heredar, ni a estudiar en la universidad, ni, por supuesto, a ejercer su religión ni a reunirse para practicar su culto. Sus lugares santos y sus cementerios fueron destruidos. Los bienes de la mayoría de baha’is fueron confiscados y muchos trabajadores de fe despedidos de sus empresas.
Si nos preocupara el carácter poco democrático del régimen iraní, ya haría tiempo que los gobiernos occidentales habrían puesto el grito en el cielo ante el genocidio que ha sufrido la comunidad baha’i, por motivo de discriminación religiosa, desde los inicios de la República islámica.
La fe baha’i, nacida el siglo XIX, es una falsa religión para el régimen chiita iraní, que sólo tolera los credos anteriores –judío, zoroastriano y cristiano- y aún como religiones de segunda. Irán somete a los baha’is a una presión constante para que renieguen de su fe y los discrimina laboralmente. A principios de los años ochenta la represión fue tan feroz que unos doscientos líderes baha’i fueron ejecutados por no renunciar a su credo.
Hace podas semanas, la relatora especial de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU para la Libertad de Religión ha emitido un comunicado alarmada por una reciente instrucción del ayatolá Jamenei para que el ejército vigile a los baha’is iraníes. “Sentimos gran temor por la vida de nuestros correligionarios baha’is de Irán”, ha declarado Bani Dogal, Representante de la Comunidad Internacional Baha’i ante la ONU.
Irán no es un peligro hipotético para Israel, sino un peligro real para los baha’is que viven allí. Que Occidente, por una vez, proteja a quien toca. Y no con bombas, por supuesto, sino con política.