A un héroe de nuestro tiempo
Gracias Gregorio, por tantas y tantas cosas. Gracias por ser comunista: por creer en la posibilidad de una sociedad justa, más allá del capitalismo, una sociedad democrática donde el hombre, sus derechos y sus sueños, sea el centro de la vida, una sociedad sin explotación ni dominación.
Gracias por tu lucha clandestina, durante el largo y oscuro túnel del franquismo. Gracias por todo lo que cuentas de aquellos años en tus memorias. Gracias por no confesar el nombre de los camaradas del partido, mientras eras torturado en los sótanos de la policía de la dictadura. Gracias por la perseverancia con que tejiste unas frágiles pero heroicas redes de resistencia, jugándote la vida, tu junto a tantos otros tantos, a los que siempre que has podido has querido recordar. En los distintos homenajes que has recibido los últimos años –Medalla d’Or de la Generalitat, Honoris Causa de la UPC, Premio Internacional Alfonso Comín- no has desaprovechado ocasión para explicar que premiándote a ti se premiaba a todo un colectivo de luchadores, y que tu aceptabas el premio sólo y exclusivamente en representación de todos ellos.
Gracias por tu combate por la democracia y por las libertades. Gracias por tus años de secretario general, y luego presidente, del PSUC. Gracias por tu apuesta, junto con el Guti, a favor del eurocomunismo, por vuestra lúcida y generosa estrategia durante la transición. Gracias por hacer del PSUC el más admirado partido que haya dado la historia de la Catalunya del siglo XX.
Por cierto, gracias también por tu disputa con el Guti a propósito de tu relevo en la secretaria general: tu querías que el te sucediera, él quería que tu continuaras. Se trataba nada más y nada menos que del cargo más importante de la época, de entre las fuerzas políticas democráticas. Y no os peleabais por arrebataros el poder, sino para cedéroslo. Gracias por vuestro ejemplo de ética y de lealtad.
Gracias por creer en y trabajar por la unidad civil del pueblo catalán, vinieran de dónde vinieran cada uno de sus ciudadanos. ¿Cuántos días de tu vida, durante la lucha antifranquista, los dedicaste a repartir “Treball” clandestinamente, por todos los rincones de Catalunya, tu, un aragonés, a veces al precio de caminar horas y horas de un pueblo a otro, porque aquél era el diario de la clase trabajadora, pero también porque era el único periódico escrito en catalán en plena dictadura? Gracias por esto, también.
Gracias por abrir el PSUC a los cristianos por el socialismo, gracias por tu preciosa amistad -política y personal- con Alfonso Comín. Gracias por dejarte interpelar por su testimonio de fe, tu, un ateo de toda la vida. Según explica, con su entusiasmo habitual, nuestro común amigo José Antonio González Casanova, en una ocasión asististe a una conferencia suya sobre Alfonso, donde él habló mucho sobre Dios y sobre la fe de su amigo. Y al salir le confesaste: “Ahora he entendido, por fin, cuál es el sentido de la fe”.
Cuando el año pasado fuimos a tu casa a comunicarte que la Fundación Alfonso Comín, de la que habías sido patrono durante tantos años, había decidido darte su Premio Internacional, exaequo, con otro viejo insigne, el jesuita José María Díez Alegría, nos dijiste con tu ironía habitual: “¡Me habéis hecho una buena encerrona! Pensaba deciros que no lo aceptaba, porque es muy feo que la Fundación premie a un antiguo miembro de su patronato, y porque yo ya he recibido demasiados premios en los últimos tiempos. Pero ¿cómo voy a decir que no, si me lo concedéis conjuntamente con un cura? No puedo decir que no. Acepto por la ilusión que me hace hacer pareja con un cristiano como éste.” Gracias, una vez más.
Gracias, además, por tu compromiso incondicional con todas las causas justas del mundo, por tu internacionalismo solidario. En los últimos tiempos seguías con atención el movimiento altermundialista. Nunca faltaste, ni llegaste con retraso, a las citas de la historia. Recuerdo, aunque yo fuera sólo un niño, que fue a propuesta tuya que la Fundación dio su tercer Premio a un tal Nelson Mandela, en el año 85, cuando apenas empezaba a conocerse por el mundo el nombre de aquel preso. O cuando el año siguiente acompañaste a la presidenta de la Fundación a Nablús, a entregar el cuarto Premio a Bassam al-Shakah, que lo recibía en representación de la lucha colectiva del pueblo palestino.
Gracias, Gregorio, por tu bondad. Por hacernos entender que no sirve de mucho creer en la revolución, si no se hace desde un corazón limpio. Gracias por tu honestidad, por tu coherencia, por tu valentía y tu compromiso. Y todavía por muchas otras cosas.