Reforma de los estatutos, para una España más justa
1. El modelo autonómico: historia de un éxito
Uno de los debates decisivos de nuestra transición a la democracia, durante la elaboración de la Constitución de 1978, fue el relativo al modelo territorial de España. La guerra civil había tenido un eje fundamental: nacionales contra rojos, derecha contra izquierda, totalitarismo contra república. Pero había tenido un segundo eje complementario: centralismo (o nacionalismo español) contra nacionalismos periféricos. Ese eje que se resumía en el “antes una España roja que rota”. La transición hizo un esfuerzo para integrar en el nuevo Estado democrático a los nacionalismos -el catalán, el vasco y, con menor impacto para el conjunto, el gallego y, en parte, el andaluz- con el fin de que sus fuerzas políticas se comprometieran sinceramente con la nueva Constitución. Para ello, se ideó el Estado de las Autonomías, un modelo territorial de descentralización territorial pensado en primera instancia para Catalunya, Euskadi y Galicia, pero dejando la puerta abierta a la generalización al resto de territorios del Estado. Es la célebre distinción que fija la Constitución entre las comunidades autónomas (CCAA) de vía rápida y las de vía lenta.