El dilema del PP

¿Un suicidio político? Esto es lo que, a ojos de muchos, cometió ayer Mariano Rajoy con su declaración de que los populares no piensan apoyar en el Parlamento catalán la reforma del Estatut. Apenas unos días antes, el líder del PP catalán, Josep Piqué, había mostrado su predisposición a apoyar el Estatut si queda redactado en los términos del voto particular que el PSC ha presentado a la Proposición de Ley. Contradicción manifiesta, por lo tanto, entre el líder nacional, con Acebes y Aznar de apuntadores, y el líder regional.

El voto particular del PSC propone reducir a tres las competencias a transferir por medio del artículo 150.2 de la Constitución, deja en dos las Leyes Orgánicas a reformar en paralelo a la tramitación del Estatut en las Cortes, y elimina las inconstitucionalidades en el título relativo a las competencias. Rajoy ha declarado que no apoyará el Estatuto por ser “radicalmente contrario a la Constitución” puesto que, según él, “divide España en varias naciones”, propone un “modelo de financiación bilateral”, “incluye el artículo 150.2 de la Constitución en el Estatuto”, o “modifica leyes orgánicas del Estado”. Se sobreentiende, por tanto, que el PP no acepta el Estatut ni en el caso de que se apruebe con las modificaciones propuestas por el PSC para garantizar la plena constitucionalidad del texto.

A penas unas horas tardó CiU, esta vez por boca de Durán y Lleida, en declarar que en ningún caso piensa aprobar el Estatut si se reformula de acuerdo con el voto particular del PSC. Lo que es el máximo aceptable para Piqué, pero un máximo inaceptable para Rajoy, es un mínimo insuficiente para el partido de Mas. Perfecta coordinación –implícita- entre la línea dura del PP y CiU para impedir que el proceso estatutario salga adelante. Al mismo tiempo, si el PP rechaza el Estatut con el argumento de que supera con creces la Constitución ¿qué argumentos le quedan ya a CiU para no apoyarlo?

Rajoy busca desgastar a Zapatero con su rechazo a la reforma que impulsa el Parlamento catalán. Parece que el ala dura popular está persuadida de que, con un rechazo del PP, en el PSOE se acentuarán las contradicciones internas entre los federalistas, encabezados por el propio Zapatero, y aquellos que como Guerra, Ibarra o Chaves ven el proceso catalán con reticencias. Si el PP ataca con dureza, las tensiones en el PSOE pueden acabar por ser insoportables y, a la postre, puede que el Estatut -tal y como venga de Catalunya, con el necesario apoyo de CiU y ERC- acabe por ser rechazado en el Congreso. Un fracaso del Estatut sería, para el ala dura del PP, un fracaso no sólo de Maragall sino de la España federal de Zapatero.

Sin embargo, ante esta ofensiva del PP, Zapatero lo tiene relativamente fácil: se trata de aguantar la presión y de garantizar la cohesión interna del PSOE, al mismo tiempo que deja en manos del PSC la garantía de la total constitucionalidad del texto. En cambio, puede que para el PP esta estrategia de derribo tenga un coste político incalculable. Alejar al PP catalán del consenso estatutario es esquilmar dramáticamente sus expectativas electorales en Catalunya. Con CiU en la oposición y en horas bajas, esta era para Piqué la ocasión para asalto al electorado de CiU más conservador y más moderadamente nacionalista. Un buen bocado, sin duda.

Hay una pregunta que debería repetirse Rajoy: ¿puede el PP volver a ganar cómodamente en España sin resolver, de una vez por todas, el agujero electoral que tiene en Catalunya? Si la respuesta es no, han errado clamorosamente el tiro.