El nacionalismo catalán y el catalanismo político
Un poco de historia (probablemente innecesario)
El nacionalismo catalán nace a partir del segundo tercio del siglo XIX como un amplio movimiento cultural y político, interclasista, que tiene como proyecto el renacimiento de la lengua y la cultura catalanas, una reafirmación de la historia y las tradiciones propias, la recuperación de las instituciones históricas y, ligado a a ello, la conquista de una renovada autonomía política, es decir, de mayores cotas de autogobierno. Todos los movimientos nacionales tienen, en algún grado, componentes tanto de nacionalismo de “resistencia” como de nacionalismo “de dominación”. Pero en el caso catalán, si nos queremos atener a esa taxonomía clásica, estamos ante un caso en el cual predominan, claramente, los factores del primer tipo.
De hecho, la mayoría de nacionalismos europeos del XIX, con sus raíces culturales románticas, con su rechazo del universalismo abstracto de la razón ilustrada y el individualismo liberal de los droits de l’homme y su defensa de la defensa del “pueblo” y de su “identidad originaria”, tienen algo de movimiento de resistencia. Ya sea el nacionalismo español, cristalizado en la guerra de independencia, o los nacionalismos italiano y alemán, todos ellos pueden ser leídos como una reacción inmediata o tardía, ante el expansionismo napoleónico. La paradoja estriba en que, por medio de su autoafirmación nacional, los pueblos europeos – y aquí podemos incluir también los nacionalismos eslavos o escandinavos- no hacen sino asumir el sistema burgués liberal que Napoleón antes que nadie había levantado y consolidado en Francia. También el nacionalismo español contemporáneo responde a este esquema, según el cual la resistencia acaba por replicar el modelo social del invasor, pero partiendo a la propia identidad nacional: las Cortes de Cádiz, tal como rechazaron al emperador francés, abrieron el camino del Estado liberal.